Relata la historia que el “sábado 24 de marzo de 1537 llegó Gonzalo Jiménez de Quesada con su expedición y aquí celebraron la Semana Santa, comenzaba al siguiente día, cosechando, en vez de ramos de palma, oro y esmeraldas, y parlamentando con los caciques, principalmente con el de Suba y Tuna, el primer bautizado de Bacata, que murió al tercer día, siendo enterrado con honores reales por orden del Adelantado.
En Chía estuvieron hasta el jueves 5 de abril, en que salieron para Suba, y luego de vencer la última resistencia de los indios en los pantanos de Juan Amarillo llegaron a Bacata o Funza el viernes 20, fecha en que cayó el reino de Zipa. No encontraron muchos tesoros porque al saber de su llegada los indios fueron a esconderlos en los cerros de oriente, en sitio cercano a la piedra de los sacrificios, altar donde ofrendaban sus víctimas a Sue, el sol”… (Fray Pedro Simón, s.f.).
Roberto Velandia Rodríguez, escritor, investigador e historiador colombiano, autor de la Enciclopedia Histórica de Cundinamarca, escribió sobre la población que encontró el conquistador español cuando arribó a Chía: “De las relaciones de los cronistas aparece que este era sitio muy poblado, mas no a la manera española sino a la aborigen, es decir, las casas dispersas ocupando una gran extensión con su huerta, vertebradas sobre caminos y sin ninguna simetría, todas de bahareque, tan desordenadamente que los españoles la llamaban rancherío y no pueblo poblado. De ello habría un asomo o vago vestigio en las casas de los alrededores de la actual población, por disposición de ellas y sus calles, que más parecen estos caminos primitivos. Tal dispersión se observa del poblado hacia el Puente del común y hacia Cajicá por el pie del cerro, a lo largo de un carreteable que se hizo precisamente sobre el camellón de carreras que los indios teñían como camino entre Chía y Busogonte, el cual se llamaba Raquebteba”.
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